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De Venezuela

La situación en la República de Venezuela es confusa. Se aproxima a un punto sin retorno definitivo... O tal vez, como otras veces, todo quede en una intentona más de una oposición desorganizada y que no parece encontrar un liderazgo unificador.

La última crisis comenzó el pasado 23 de enero. Nicolás Maduro, el Presidente de la República, fue proclamado nuevamente como tal por el Tribunal Supremo de Justicia, el Consejo Nacional Electoral, y la Asamblea Constituyente... Pero la Constitución de 1999 proclama que debe ser jurado ante la Asamblea Nacional de la República, un órgano que desde 2014 está controlado por la oposición, que ganó las últimas elecciones legislativas.

Así las cosas, los miembros de este Cuerpo Legislativo no reconocieron el nombramiento como presidente de Maduro, y valiéndose de lo dispuesto en el artículo 233 de la Constitución, el Presidente de turno de la Asamblea (la división en las filas de la oposición les lleva a turnarse en el cargo) el señor Juan Guaidó, se subió a una tribuna y se proclamó a sí mismo Presidente Encargado (es decir, temporal) para dirigir una transición pacífica y convocar nuevas elecciones Presidenciales.

La Comunidad Internacional se ha ido posicionando progresivamente a favor o en contra de ambos polos de poder en Venezuela: Estados Unidos, la Unión Europea y la mayoría de sus Estados Miembros, entre ellos España, y numerosas Repúblicas Iberoamericanas, encabezadas por el llamado Grupo Lima, apoyan a Guaidó y le reconocen como Presidente, en tanto que otros, como China, Rusia, Turquía, Irán, Cuba, Nicaragua o Bolivia, mantienen el apoyo a Maduro.

Finalmente, tras unos meses de tensión, que han incluido apagones y pérdidas de energía en varias ciudades, cortes de carretera, hambrunas e imposibilidad de introducción de ayuda humanitaria por parte de países afines a Guaidó, tal como se vio con la instalación de barricadas en la frontera con Colombia y la ciudad de Cúcuta, la estrategia de la oposición al Gobierno ha subido varios decibelios, cuando anteayer un grupo de militares y policías, al mando del propio Guaidó, se personó en la casa del líder opositor Leopoldo López y puso fin a su arresto domiciliario; después llamaron a la rebelión del ejército, los funcionarios civiles y los ciudadanos contra el Gobierno, en lo que supone un auténtico Golpe de Estado.

La situación en el Ejército es confusa, ya que el Alto Mando y el Generalato (unos 2000 generales sobre un ejército de 250.000 hombres, un número alto si se tiene en cuenta que el Ejército de Estados Unidos con todas sus ramas cuenta con 900 generales) se mantienen fieles al Presidente, que les ha ido cediendo progresivamente parcelas importantes de poder en estos últimos años, como el reparto de alimentos y ayuda, o el control de la Empresa Estatal de Pretroleos de Venezuela. SA. No obstante, se desconoce (o yo al menos desconozco) si pocos, bastantes o muchos oficiales intermedios y soldados están descontentos con la situación actual del país.

Aquí es donde se vuelve problemático. Si el ejército de un país actúa en bloque y unido ante un golpe de Estado, bien para promoverlo o apoyarlo, bien para desactivarlo, este se produce o no, y se pasa a la siguiente pantalla. Pero si el ejército se divide y, aún peor, la población obtiene armas y se lanza a las calles, entonces puede abrirse la vía a la Guerra Civil (tal y como ocurrió en España entre los días 18 a 21 de julio de 1936. El pronunciamiento militar de los días 17 a 18 de julio entró en barrena en ciudades como Madrid y Barcelona a raíz de que las organizaciones obreras armaron a la población, y el ejército se dividió en dos, con lo que surgieron dos zonas diferenciadas y estalló el conflicto).

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